La personalidad humana dirigida por su ego, realiza todo tipo de acciones con el motivo de hacerse notar y ser tenida en cuenta.
Esta inmadura faceta del ser humano es la que cuestiona los atributos espirituales más puros como son la fe y el amor y dice que Dios, el amor y el espíritu no existen, puesto que nadie jamás los vio, toco u oyó.
Su argumento se basa principalmente en que los sentidos físicos no constatan la existencia de los reinos espirituales.
Mientras la personalidad humana arguye todo esto, paradójicamente disfruta de la vida que su cuerpo físico toma de la divina energía.
Esta subyace en la suave brisa del invisible aire que respira y en los impalpables sentimientos que la bella madre naturaleza le brinda.
Transmutar la naturaleza humana es la sublime tarea en cuestión.
Esperar que la vida nos de lo que deseamos sin haberle ofrendado el fruto de nuestro trabajo interior, es como esperar que crezca una planta sin haber sembrado su semilla.
Solo el que da de corazón, recibirá lo esencial.
Solo el que ama sin esperar, será amado de verdad.
Solo el que ha intentado comprender y consolar, será comprendido y consolado.
La ley de causa y efecto actúa siempre sin cesar.
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