No matar ni herir a ningún animal
Los Jainistas son una religión nacida en la India, presumiblemente fundada por
Vardhamana Mahavira en el siglo VI a.C. que surgió como una reacción al sistema
de castas hindú y a los sacrificios de animales. Comparten muchas creencias con
los budistas, entre ellas la de la migración del alma entre seres humanos y
animales a través de sucesivas encarnaciones.
Esta consigna condiciona notablemente su vida cotidiana, ya que es uno de sus
preceptos fundamentales el no matar ni herir a ningún animal. Así es que entre
las costumbres jainistas, está la de barrer el suelo que van a pisar para no
herir a ningún insecto ni siquiera accidentalmente, o de llevar mascarillas para
no inhalar ningún pequeño ser vivo. Algunos jainistas llevan al extremo este
precepto y ni siquiera se lavan para no matar sus piojos. El propio Mahatma
Gandhi, impulsor de la no violencia, estuvo muy influido por los conceptos
jainistas, a pesar de considerarse hinduista.
En Occidente fue la secta religiosa griega de los orfistas quien introdujo el
concepto de reencarnación, primero influenciando en el pensamiento de Pitágoras
y más tarde en el de Sócrates y Platón. A su vez, los conceptos de Platón sobre
la supervivencia a través de la reencarnación, tuvieron su influencia en el
surgir de doctrinas religiosas neoplatónicas y en algunas sectas medievales. Sin
embargo, el cristianismo predominante en occidente las rechazó por ser la idea
de la transmigración del alma, incompatible con la de la resurrección y el
juicio final.
En todo caso, la práctica totalidad de las teologías cristianas, consideran que
el ser humano es el único dotado de alma, y niegan al resto de los seres
vivientes la continuidad de su existencia tras la muerte. Y no es de extrañar
esta actitud, que se antoja algo soberbia, cuando hace tan solo unos pocos
siglos los más "sabios" hombres de la Iglesia Católica discutían si los
aborígenes americanos o las mujeres tenían un alma trascendente. Y por más que
San Francisco de Asis se empeñó en tratar a los animales y plantas como sus
hermanos, en la teología aun no se acepta que posean un alma.
Los musulmanes también comparten la idea de que solo los humanos tienen derecho
a un alma, que tras su muerte despertará -si acaso- en un paraiso. A pesar de
ello, y al igual que los antiguos judíos hacían sacrificios rituales de los
animales que iban a ser consumidos, tratando de provocarles el menor
sufrimiento.
Una postura más integrada en la naturaleza tienen las religiones animistas,
quizá condicionados por dotar de alma a todos los seres vivos y creer en su
supervivencia.
Los espíritus de los animales
El animismo considera que los animales, las plantas e incluso los objetos
tienen un alma. En el siglo XIX el antropólogo Edward Taylor consideró -casi
despectivamente- al animismo como la religión más primitiva, punto de vista que
los estudiosos no comparten hoy en día.
Para los navajos, todos los seres, animados e inanimados tienen "alma de
aliento", el cual equilibran mediante rituales en los que se extrema la
precisión para lograr los efectos deseados. La mayoría de las tribus americanas
sentían un profundo respeto por los seres vivos, considerando alguno de ellos
sagrados, y al igual que el hombre, trascendentes.
También los chamanes de las tribus Siberianas creían en la supervivencia del
alma de los animales. Entre las funciones de los chamanes Tungús, está la de
llevar el alma de los animales al cielo, o en éxtasis "hablar en el lenguaje de
los pájaros". En otras culturas, desde Laponia hasta Norteamérica, existían
creencias similares. Incluso los antiguos pueblos europeos sentían un profundo
respeto por los animales y las plantas. Romanos, celtas y otros pueblos que
habitaban Europa antes de la llegada del Cristianismo, creían que todos los
seres vivos tenían alma, y de una manera u otra ésta trascendía a la muerte.
Materialismo
El materialismo predominante del último siglo parece haber justificado la
soberbia del hombre. Las ideas evolucionistas pusieron al ser humano en la
cúspide de la evolución al proclamarlos como el ser que mejor se había adaptado
al medio. Una vez más el hombre estaba a los mandos de la nave Tierra y -en un
desborde de prepotencia- hizo y deshizo en la naturaleza despreciando el
sufrimiento del resto de los seres vivos que comparten su planeta.
Pero quizá no fue la ciencia sino la escalada industrial y comercial las
causantes de la arrogancia y el desprecio hacia los seres que ya las religiones
dominantes habían privado de alma. Nuevas corrientes de pensamiento y nuevos
descubrimientos científicos están devolviendo a los animales y las plantas, su
justo lugar y su importancia en la gran maquinaria de la naturaleza.
Cuando Cleve Backster conectó un polígrafo a una planta, y descubrió que se
adelantaba a sus estímulos, quizá comenzaba a descubrir que hay algo más en
ellas que una simple máquina viviente. Hace pocos días científicos el Instituto
de Tecnología de Massachusetts, dirigidos por Mathew Wilson, descubrieron que
los animales soñaban y descifrando incluso de que manera lo hacían. Mañana,
quizá la ciencia descubra más cosas sobre la naturaleza de los seres vivos, y si
realmente sobreviven a la muerte.
Y si nuestra creencia en la supervivencia a la muerte puede modificar nuestra
forma de vida, e incluso nuestras costumbres, el aceptar una oportunidad de
trascendencia y una conciencia para todos los seres vivos, sin duda cambiará
nuestro punto de vista sobre ellos. Seguramente no volveremos a ver con los
mismos ojos a los bosques arrasados por intereses económicos, ni a los animales
torturados por "deporte". Y paradójicamente, quizá esta actitud nos convierta en
seres más humanos.
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Escrito por Carlos Fernandez